A Maturana con amor

Unas palabras en homenaje al fallecido biólogo y académico chileno, Humberto Maturana (1928-2021).

Si de algo podemos estar seguros, es de la certeza que todo ser vivo morirá. Pero en el caso de los que han contribuido a la sociedad, el conocimiento o las artes, sabemos que incluso después de la muerte sus ideas podrán y deben ser difundidas y utilizadas en beneficio de la humanidad. Aunque se trate de un tema complicado, que pocas veces se aborda abiertamente por la emocionalidad que revierte o por concepciones religiosas o morales, se debe asumir que en ciertos casos se puede aprovechar con altura de miras.

Humberto Maturana, el intelectual más conocido de nuestro país, murió a los 92 años dejándonos un legado profundamente inspirador y reconocido en todos los ámbitos del saber a nivel mundial. Fue un hombre cuyo trabajo incidió en la cultura, filosofía, literatura y ciencia del siglo XX con una mirada desde el amor…si, desde el amor que legitima a los otros como válidos otros, con lo que se posibilita la comunicación, la cooperación y la colaboración que hacen que ser humano también implique mejorar en todos los aspectos y cuyo resultado debiera representar qué es la vida finalmente.

Maturana logró establecer que la biología, materia en la que obtuvo sus reconocimientos y desde la que realizó sus aportes, es mucho más que cuerpo, huesos y funciones vitales. Llevó la conversación y creación de espacios de interacción a todos los ámbitos del saber y de la humanidad. Puso la Comunicación en el centro del existir. Doctor en Biología por la Universidad de Harvard, investigador y profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, varias veces postulado al Premio Nobel, se dedicó a estudiar e intentar comprender cómo se producía la vida, qué es vivir y cómo entender el encuentro entre los seres vivos -incluidos nosotros los humanos- y nuestra relación con el entorno.

Porque pensaba que todo se manifestaba a través del cuerpo, el que en su actuar incide en la sociedad, así como esta también lo afecta. Así sustentó un ejercicio científico que evitó las parcelas especializadas del conocimiento permitiéndose referirse a otros campos del saber, porque la cultura está en el cuerpo. Logró establecer que lo social y lo biológico están íntimamente relacionados. Pudo proyectar así que nuestra biología se desarrolla a lo largo de la vida en la convivencia y ¿qué es la convivencia, si no destellos recurrentes de la emoción que produce dicho encuentro con otros?

“Las emociones se aprenden a lo largo de la vida. El modo como se da el fluir emocional de cada persona, depende de la vida que lleva. La emoción tiene que ver con la acción. Uno a veces desvaloriza las emociones porque ve en ellas un carácter arbitrario y caótico; sin embargo, son tan importantes como que no hay ninguna acción que no se funde en una emoción”, declaró en una entrevista algunos años atrás.

La racionalidad con la que se ufana el hombre moderno y que representa tan bien al ser humano de los últimos tres siglos, esa búsqueda de la verdad última y que se impone con la fuerza del saber, fue cuestionada por un científico chileno que declaró con fuerza que hay muchas verdades, muchas realidades y todas son legítimas.

Si bien nuestra carga biológica se repite como especie de generación en generación, las historias son personales; la de cada cual es única y diferente. Nuestra vida no está programada y por ello lo más importante es cómo la llevamos a cabo. A veces la sombra de la muerte hace que personas importantes vivan para siempre. Se enciende con su partida con más fuerza el propósito de entender qué es ser humano, cómo somos y por qué existimos. Maturana, en su última entrevista también habló de la muerte, casi como un presagio de este triste e histórico momento, pero con la confianza en que otros trabajen reflexivamente basados en su legado y sin olvidar escuchar a los vivos. Su muerte nos emociona y alienta a creer en la vida.

Alonso Benavides
Docente Periodismo UdeC