El último adiós a Mario Vargas Llosa, un periodista de excepción

Igual que Gabriel García Márquez, el autor peruano -fallecido el domingo a los 89 años- fue antes que nada un reportero, forjado en las redacciones de antaño, alguien que amaba al periodismo, oficio que ejerció hasta fines de 2023.

Por Carlos Basso, periodista y académico del Depto. Comunicación Social

La muerte de Mario Vargas Llosa, el domingo pasado, no solo terminó con la existencia del último de los grandes autores del boom latinoamericano de la literatura, sino también con uno de los periodistas más importantes que ha conocido el continente, un ícono de la prensa que no solo dejó estampado el variopinto mundo de los medios en novelas imperecederas como La tía Julia y el Escribidor, Cinco esquinas o Conversación en la catedral, aquella donde el periodista Santiago Zavala, Zavalita, se pregunta desde la puerta del diario Crónica de Lima “¿en qué momento se jodió el Perú?

Por cierto, ese Zavalita ficcionado no era otro que él mismo, un chico de 16 años que -como cuenta en El Pez en el agua, su autobiografía- llegó a inicios de los años ’50 trabajar al viejo diario Crónica, sin saber mucho acerca del oficio, básicamente como una forma de aprovechar las vacaciones de verano.

Fue allí donde, recordaba, recibió de labios del jefe de redacción, Gastón Aguirre Morales, su “primera clase de periodismo moderno. Había que comenzar la noticia con el lead, el hecho central, resumido en una breve frase, y desarrollarlo en el resto de la información de manera objetiva”. Como el mismo Aguirre le dijo, “el éxito de un reportero está en saber encontrar el lead, mi amigo”.

Fue en ese diario, y luego en varias radios de Lima, donde Vargas Llosa convivió con el ambiente del periodismo de antaño, aquel en el cual la redacción estaba cubierta de “una espesa nube de humo”, que “olía a tabaco, a tinta y a papel”.

Si su primera lección de periodismo la tuvo de la mano de Aguirre, el olfato periodístico se le comenzó a desarrollar cuando fue destinado a la sección policial, cuyo jefe era Becerrita, “un ciudadano del infierno”, para el cual “los submundos de la ciudad carecían de secretos”, un hombre obsesionado con su profesión y con un ojo clínico para detectar noticias de entre los datos que le entregaban los reporteros. Luego de dar con una veta noticiosa, “sus instrucciones eran cortas y rotundas: entreviste a este, vaya y verifique tal dirección, esto me huele a cuentanazo”.

En el mismo libro (El Pez en el agua), Vargas Llosa rememora cuando, un mes y medio después de haber comenzado a trabajar en Crónica, dijo a su padre que “el periodismo era mi verdadera vocación”, solicitándole además que lo dejara seguir trabajando, al tiempo que completaba sus estudios de educación media. Por supuesto, había una pequeña trampa.

El verano en que todo esto sucedió, Vargas era oficialmente alumno de la escuela militar Leoncio Prado, a la que no quería regresar (y que es el escenario de su brillante novela La ciudad y los perros).
Finalmente, luego de que algunos tíos suyos lo vieran en festejos nocturnos junto a otros periodistas y después de que sufriera un accidente vehicular cuando iba a cubrir una noticia a la ciudad de Trujillo, el padre de Vargas Llosa lo hizo renunciar al diario y lo mandó a terminar su secundaria a la ciudad de Piura donde, claro, también se puso a trabajar como periodista, en el diario La industria.

Dos años más tarde, de regreso en Lima como estudiante de Literatura y Derecho en la Universidad San Marcos (en ese tiempo recién se estaba fundando la carrera de periodismo en la Universidad de Concepción) se desempeñó en varios medios de prensa, entre otras cosas porque a los 19 años se casó con su tía Julia Urquidi, de origen chileno, quien tenía 36.

Muchas de las experiencias de ese matrimonio y de las peripecias y personajes que vivió en aquella época quedaron plasmadas posteriormente en una obra que destila humor por todos lados: La tía Julia y el escribidor, donde el personaje del “escribidor” Pedro Camacho se inspiró en un periodista boliviano, Raúl Salmón, que trabajaba en la Radio Central de Lima, escribiendo radioteatros llenos de melodrama y giros asombros, en los cuales el villano de turno siempre era de nacionalidad argentina.

Hombre ilustrado como pocos, miembro del Partido Comunista en su juventud -que abjuró para siempre de él, luego de su novela Historia de Mayta- y fervoroso partidario de la derecha en su adultez y vejez, se situaba en las antípodas políticas de quien alguna fue uno de sus mejores amigos, ese otro gran periodista y genio de la escritura que fue Gabriel García Márquez.

Sin embargo, además de la literatura, los unía su pasión por el periodismo y en el caso de Vargas Llosa -Varguitas, su alter ego en La ciudad y los perros- existía la convicción de que “el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación esencial, que es informar”, como reflexionaba en su libro El fuego de la imaginación. Obra periodística 1.
En Europa, fue reportero del servicio en español de la Agencia France-Presse y de la Televisión francesa, al tiempo que escribía novelas y se convertía en un escritor de talla mundial, que terminaría recibiendo el premio Nobel de Literatura en 2010.

Varguitas escribió sagradamente su columna semanal en el diario El País hasta fines de 2023, cuando ya estaba muy enfermo. En esa última columna dijo que “el periodista de talento busca la verdad como una espada que se abre caso por doquier. Decir mentiras, manipular, es fácil, pero tarde o temprano queda en evidencia. El que dice la verdad y la defiende presta un servicio a sus lectores y a su tiempo. Eso es lo que tímidamente he aspirado”.