El 30 de octubre se reunirán la mayor parte de mis antiguos compañeros de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Concepción, en Chile. Todos menos aquellos que no hayan podido ser localizados y los que no podemos por diferentes motivos.
Me da una pena tremenda no estar presente cuando lo que celebran son los cuarenta años de nuestro ingreso en la escuela. Lo malo es que desde hace doce meses había previsto viajar por estas fechas. Tenía muchos deseos de ir, aunque todavía no se hablaba de esta efemérides, porque desde que salí de Chile en 1973, pese a que he estado en varias oportunidades a punto de hacerlo, no he regresado y si en esta ocasión, con una reunión tan importante por su significado tampoco puedo hacerlo, es que no está escrita en mi destino una visita al país donde conocí el primer amor de la mano de Claudia Barraza y la amistad al lado de Jaime Hales y Sandra y Olga Garretón y también compartí los buenos momentos de mi juventud con gente como Paz Chico (una guapa chavala, creo que de Chillán, que siempre me atrajo hasta que un día no volví a verla), René Blanco y Mario Pantoja. ¡Y cómo no! Tuve la suerte de conocer a la entrañable Irene Geis la sin par periodista y amiga de todos, que sucedió a Mario Sáez. No sé si era mejor directora o mejor compañera, aunque creo que supo combinar, por serle inherente, ambas cosas.
También guardo un especial y grato recuerdo de Eduardo Olivares, a quien durante muchos años, fusionando involuntariamente su nombre con el de Patricio Gajardo, tuve presente en mi memoria como Patricio Olivares. Fue Eduardo quien desde el primer día de clases asumió naturalmente, como es lo usual cuando se tienen las condiciones, el liderazgo de aquel grupo, muchos de cuyos integrantes pisaban un aula de estudios superiores, por primera vez en su vida. Aquel día, Eduardo, con más gracia y entusiamo, secundó las palabras del director, Mario Sáez Escudero, en el sentido de que por ser un grupo pequeño, la unidad como estudiantes debía imperar sobre cualquier otra consideración, más aún si tomamos en cuenta que por aquel entonces el periodismo era una carrera estrictamente vocacional, aún no contaminada por las mieses del éxito, las luces de los platós, ni las cuentas corrientes desbordadas. Y así fue. No pudieron las diferencias políticas hacer mella en el compañerismo nacido de una ilusión común, fuese cual fuese su objetivo final.
No sé si alguno de mis ex compañeros leerá esta nota. Pero si alguno lo hace, quiero que le transmita al resto, mi respeto, mi aprecio y el deseo de que en diez años más, cuando se celebre el medio siglo de nuestro ingreso en la escuela, podamos reunirnos, al menos aquellos que aún no hayamos encontrado el definitivo refugio en las eternas posesiones de la Parca.
Ricardo Salvador Casanovas, desde España.